El intestino: raíz y conexión con la madre tierra

El intestino es nuestra raíz a tierra

El intestino es el órgano más fascinante del cuerpo humano.  Lo digo como bióloga y médico, y como conclusión de todos los años de estudio y experiencia. Además de la piel, es nuestro contacto con el medio ambiente en el que vivimos.  Y, a diferencia de la piel, este contacto es íntimo y de naturaleza delicada, porque involucra el pasaje de kilos de alimentos y líquidos diariamente, con el objetivo de sobrevivir.

Estos alimentos, luego de ser triturados por los dientes y conducidos por el esófago hacia el estómago, donde son mezclados con el ácido clorhídrico, finalmente llegan al intestino delgado, en forma líquida y homogénea.

El intestino lucha día a día con mantener el balance de alimentarnos y mantenernos sanos a la vez que repele los posibles tóxicos o evita que nuestras propias bacterias/microbiota nos enferme.  En los niños todos estos procesos son mucho más complejos que los adultos porque el reto es mayor (deben alcanzar su máximo potencial), son inmaduros en todos los sistemas y a su vez son los más lábiles: son dependientes de sus padres para alimentarse, incluyendo la necesidad de leche materna los primeros años de vida.

Debido a estas exigencias el intestino tiene una enorme superficie y es el “segundo cerebro” por la rica red neuronal que contiene.  Además, es el centro de la actividad inmunológica.  Su actividad es tan delicada que los síntomas suelen ser evidentes sólo cuando está ocurriendo una catástrofe.  Es por ello por lo que la percepción de “salud digestiva” basada en síntomas mayores no es de fiar, sobre todo si hablamos de niños pequeños, que no pueden expresar sus molestias adecuadamente.

¿Qué problemas tendremos si nos alimentamos mal? ¿Qué beneficios tendremos si nos alimentamos saludablemente y en armonía con la naturaleza?

La función del intestino delgado es equivalente a las raíces para las plantas: absorción de nutrientes contenidos en los alimentos para mantenernos vivos y sanos.  En el caso de los niños la asimilación de nutrientes también debe permitir crecer y alcanzar su potencial genético, por lo que la exigencia es mayor y el balance más delicado.

La superficie es importante para lograr una buena absorción: el intestino delgado de un adulto tiene aproximadamente 6 metros y el intestino grueso 1.5 metros.  No sólo es largo sino que en su interior tiene proyecciones minúsculas llamadas vellosidades intestinales que aumentan la superficie de absorción y logran que ésta sea de 1 millón 700 mil centímetros cuadrados.  El equivalente a una cancha de tenis. 

Las raíces de las plantas también tienen unas proyecciones o minúsculos pelos, que aumentan la superficie absortiva de las raicillas. 

La vena porta se encarga de conducir la sangre rica en nutrientes hacia el hígado que metaboliza y procesa los nutrientes a la par que discrimina las sustancias tóxicas. 

La savia bruta (agua y minerales que recoge la raíz) se transforma en savia elaborada en las hojas (la fábrica de nutrientes de la planta a semejanza de nuestro hígado).  Luego de la fotosíntesis se obtiene la savia elaborada que nutre a la planta y le permite almacenar energía y nutrientes que finalmente asimilamos al comerlas.

Las raíces no sólo alimentan, sino que anclan a las plantas a la tierra.   El intestino es nuestra raíz.  El intestino es nuestra ancla a tierra.  El incremento mundial de enfermedades crónicas y de base nutricional tanto en niños como en adultos, como la diabetes, la obesidad, el hígado graso, las enfermedades inflamatorias intestinales, las alergias alimentarias y las gastroenteropatías eosinofílicas son un reflejo de la falta de armonía de nuestros hábitos de alimentación y la naturaleza.  Nosotros necesitamos esta armonía con la madre tierra.